Nubes de polvo

Predicción del día: Nubes de polvo.

En algunos lugares te pierdes, en otros te encuentras. Como el mar y el río se encuentran en La Langue de Barbarie, me encontré entre nubes de polvo en Dakar. Colores, ruido, bailes, sabores, calor, frío, choques. Cuando un sitio tiene tanta energía, se encuentra toda de golpe y se acumula en el pecho, como la calima. Para poder controlar la ola de emociones solo queda dejarse llevar y disfrutar de la locura o de la tranquilidad según vengan.

Desde hace mucho tiempo quería visitar Senegal. Años escuchando su música y casi dos años preguntando el significado de diferentes palabras en wolof. La vida siempre encuentra el momento justo para regalarte algo que esperabas desde hace mucho y este diciembre me regaló la oportunidad de perderme entre aromas, sabores y ritmos que me habían estado llamando desde la primera vez que me enamoré de la amabilidad de la gente del país de la hospitalidad o mejor dicho: Teranga.

Estoy sentada en la sala del hotel Gogo Sara, afuera un chico prepara ataya. Escucho en la radio una canción de Cheikh Lô y pienso en lo afortunada que soy de estar en donde estoy. Huele a incienso y a especias, y me gusta mucho.

Mientras espero a que bajen todos para ir a comer thiakry al otro lado de la calle, entra Thierno con un vaso de ataya para mí, no me lo esperaba pero le agradezco, lo bebo y le devuelvo el vaso. Con una sonrisa se marcha y me quedo con el sabor a hierbabuena en la boca. Salgo al porche y me siento a ver la gente pasar. Es de noche, las luces son amarillas y la ciudad empieza a tener otro ritmo, más pausado, más tranquilo. Estoy en Dakar. Después de un año absurdo de cambios y de giros inesperados, estoy en Dakar.

Aparece Keba y nos vamos a dar un paseo por su barrio, no sin antes pasar por el Fast Food DianKarlo a comprar thiakry. Empezamos a caminar, calles de arena y pavimento, barberías abiertas a las 22h alumbradas por luces de neón y gente que se corta el pelo al ritmo de la música, tienditas de comida.
Todo está oscuro, pero cada tres pasos encuentras alguna tienda con luces encendidas. Se respira una tranquilidad que solo el que está dentro, bajo la luz cálida, puede entender. Seguimos caminando y llegamos al límite entre la zona “rica” del barrio y la “pobre”. Una calle estrecha con cabras y caballos nos llevan a un grupo de niños que se lanzan fosforitos unos a otros. Las niñas de un lado, los niños de otro. Las calles empiezan a tener más movimiento, gente sentada fuera, música, niños que corren. La calle está viva.

A lo lejos escuchamos el ritmo de los tambores mientras Keba nos cuenta anécdotas de su adolescencia en esas calles. El sonido se hace cada vez más fuerte y nos encontramos frente a una casa con dos chicos que nos invitan a pasar. Entramos, un círculo de sillas rodean a dos músicos que tocan el djembé, niños, niñas y jóvenes bailan frenéticamente. Somos un grupo de extraños pero nos ofrecen sillas y nos invitan a bailar. Nadie nos conoce pero nadie nos rechaza, nos dan la bienvenida. Estás siempre presente, querida Teranga. Siento que estoy en un sueño y en silencio agradezco la oportunidad de vivir algo tan bonito a solo unas pocas horas de haber pisado esta tierra.

En Senegal, se respira una magia terrenal difícil de explicar, es como si algo hubiese quedado intacto, una fuerza pura que a pesar del caos y la rapidez de la modernidad se mantiene latente. No había sentido nada parecido hasta llegar allí, imagino que es el motivo de esta extraña pena de estar lejos de un lugar que apenas conozco.

Me sumerjo en las nubes de polvo y me dejo llevar. Allí cada día es una sorpresa, los planes no existen pero todo tiene sentido y todo toma el rumbo que tiene que tomar. Hay choques fuertes, pero si sabes escurrirte y seguir el camino de lo que te llama, sales ileso y muy probablemente cargado de algo más.

Namm naa Senegal.

Gracias Karmala Cultura por un viaje tan maravilloso.

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